No hace falta sol para lucirse
Text: Paula Pérez
Foto: Víctor Parreño
Métricas
frenéticas. Choques
no del todo inocentes. Pastillas voladoras. Excéntricos ropajes y pelajes.
Pero, sobre todo, la diversión que genera la confusión. O al revés. Sí, la
confusión que genera la diversión. La fiesta atrae tanto porque aquel viernes a
las tres de la mañana en esa discoteca eres feliz, no importa las
preocupaciones que tengas porque, sea real o ilusoriamente, eres jodidamente
feliz. Pero eh, espera. A plena luz del día cuando el reloj marca las cuatro de
la tarde de un domingo haces exactamente lo mismo y te sientes todavía mejor.
Estás en el Brunch Electronik Barcelona 2015.
Un sabio
pensó una vez que en un festival de música electrónica no tienen cabida
los niños. Y otro aún más sabio le llevó la contraria. Patines, camas
elásticas, rocódromo y demás actividades mantienen a los niños entretenidos
mientras los padres modernos que son increíblemente felices siendo padres
tienen la excusa perfecta para emborracharse digo divertirse sin perder
de vista a los nenes. Con esta mezcla de edades, nacionalidades y gustos, las
reglas no están muy claras y por eso la fauna extravagante aflora. El
único requisito tácito que se implantó fue la necesidad abrumadora de llevar
gafas de sol en todo momento. Que el 26 de abril estuviese nublado, es decir,
con el sol en algún lugar recóndito muy lejos de cualquier vista por
privilegiada que fuere, era una circunstancia de consideración menor.
Entrar en el Poble
Espanyol un día de Brunch es como entrar en otro mundo. Hay como
muchas cosas a la vez y no se sabe bien dónde dirigir la mirada. Lo primero que
se suele hacer es coger algún tipo de bebida alcohólica para que así se aclaren
las ideas. Después, evidentemente, hay que comer, que por algo le llaman Brunch.
La comida es exclusivamente vegetariana porque a pesar de llevar encima diez
birras (y más cosas) sigues siendo una persona muy concienciada con tu salud.
En ese recinto no te queda otra que divertirte y hay muchas distracciones para
que consigas tu objetivo. Por ejemplo, hay mercadillos de ropa. Porque igual
te estás bebiendo tu Spritz tranquilamente y de repente sientes un vacío en el
armario que sólo puedes llenar con esa camisa o esas gafas de sol (nunca son
suficientes). Hay que estar a todo. Somos jóvenes y tenemos que aprovechar
cada migaja de vida.
Las personas
se mueven felices y despreocupadas. Está igual de bien si llevas dentro el
ritmo ragatanga desenfrenado como si tu mundo interior es más chillout y
te va eso de sentarte y hablar. Es la libertad total. Que por algo
vivimos en una ciudad tan cosmopolita. Es como un after, pero sin la decadencia
de los afters. Bien pensado no tiene demasiado que ver. Pero como no tiene que
ver con nada socialmente integrado, hacer comparaciones es una tarea
complicada. Coges otra sangría para que la inspiración no decaiga. Dicen por
ahí que el lunes es el mejor día de la semana para curar la resaca. Pasan
las horas y la gente ya se va animando más en serio. Cualquier motivo es bueno
para darlo todo, o un rayo de sol oh oh oh, o una fotógrafa desde el balcón de
encima del escenario. La gente bailotea de forma muy boyante mientras los DJ’s
hacen la suya. Y es que Sau Poler, Pional y el irlandés Mano Le Tough no
son pocos motivos para venirse arriba.
Los
personajes que allí hay tienen estilos muy heterogéneos que comparten esa zarrapastrosidad
meticulosamente calibrada tan propia de nuestros días. Se pasean
satisfechos con sus radiantes ropas de una procedencia y temporalidad de otra
dimensión como mínimo. Lo mejor es que tanto pueden ser de una tienda vintage
de la Berlín más underground como de un puesto guiri en Puebla de
Sanabria. También pueden ser la última revolución de Londres o lo que se
ponía tu madre en los años 80 para ir a comprar el pan. Es difícil, pero si
ignoras las lecciones estilísticas que van azotando a cada paso dado, los DJ’s
conseguirán que te fusiones con la música. ¡Vaya! Entre tanto floripondio
casi se olvida por lo que estamos aquí, por la música.