El festival postapocalíptico de Barcelona se llama DGTL
Text: Paula Pérez
Foto: Víctor Parreño
Más allá del Diagonal Mar, el mundo
es un páramo desértico y la civilización se ha derrumbado. La térmica de las
tres chimeneas se deja ver entre las nubes. Al final de la cuesta del Parc Fòrum, 44 containers y cuatro iniciales con luces de colores se yerguen:
DGTL. Y es que el festival de música electrónica que triunfa en Ámsterdam ha
comenzado por primera vez en Barcelona este viernes 14 de agosto, acabando al
día siguiente con un total de 20.000
asistentes.
Indumentarias varias entran en el
recinto, dispuestas a rendir al máximo cada gramo de vida. A modo de morituri te salutant, arte estrambótico y futurista con las
esculturas del Toro Viriato y Big Man como exponentes, creadas por la compañía
de teatro Carros de Foc. Aunque el galardón a la figura que provoca mayor
impacto es para Big Metal Tree de Paquito, un árbol electrizante que funcionó
como meeting point e iluminación en
el espacio entre los tres escenarios: Phono,
Stereo y Digital. El primero, con propuestas más locales y distendidas,
destacó sobre todo por la ubicación y formato, pues la cabina era más pequeña
que en los otros dos ambientes y se encontraba bajo el panel fotovoltaico del
Fòrum, un espacio que no se suele aprovechar en el resto de festivales
celebrados en este parque. Stereo tenía el carácter y la inherencia del
galvánico más puro, mientras que lo underground
se encontraba en Digital.
Los dos elementos generales que
tenía el público en común eran su comodidad armónica, conseguida gracias a
bambas y gafas de sol, y que no faltaba la gente
guapa y ambiente friendly. Mucha niña mona y alguna que otra camiseta
desaparecida en combate porque la ropa es un incordio para exhibirse. Curioso
cómo, a pesar de la mala vida que acompaña a la música electrónica, también
mueve a personas interesantes por dentro y por fuera. En Barcelona ya se pudo
comprobar este fenómeno empíricamente en el Brunch Electronik y todavía es posible en el
Piknic Electronik. Pero al margen de esto, diferentes nacionalidades, colores y
filias se mezclaban al ritmo de Maceo
Plex, Agoria, Henrik Schwarz, George Fitzgerald, Ben Klock
o Âme, entre otros. La música se
mezclaba con el viento. Un chico que parecía vender cocaína se acercó para
ofrecernos un plástico blanco:
-
No, no queremos.
-
Es un chubasquero. Ya sabéis, para la lluvia.
Y empezó a chispear. Y no cambió
nada. Ante todo, mucho consumismo. Bebidas y más bebidas, comida, gafas de sol,
camisetas, baterías del teléfono (imprescindibles, no vaya ser) y un centro de
masajes porque el éxtasis también puede
ser relajante. La lluvia no impidió nada. De hecho, le dio un toque a la
fiesta. La orden tácita del vive y cuéntalo
se expandió más rápido que los chubasqueros. En lo que dura una raya, el DGTL
fue invadido por caminantes blancos haciéndose fotos. Mucha gente guapa, pero con el paso de las horas la
chabacanería se dejaba ver. Con el sol muy escondido, dieron comienzo las
acrobacias con fuego, un espectáculo que aumentaba todavía más el ambiente de
factoría. Todo esto encajabba en un festival urbano por la música y el público internacional, moderno por su
iniciativa Trash Army donde voluntarios recolectan de forma sostenible los
restos que dejaron los visitantes, cosmopolita por su nacionalidad holandesa, e
industrial por las redes y bidones como lámparas que configuraban el atrezzo. Pero la estética que más
encajaba, intencionado o no, era la postapocalíptica.
Fuera el mundo se ha acabado y no existen motivos para salir al exterior, por
eso tenemos que pasarlo bien aquí dentro como sea. Entre fábricas,
estupefacientes y nubes, El DGTL sería la fiesta que darían los War Boys de Mad
Max si en vez de desierto tuvieran mar.
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