dijous, 17 de setembre del 2015

Tibidabo Live Festival


Hoy seremos niños grandes en el Tibidabo


Text: Paula Pérez
Foto: Víctor Parreño

El sexo y el LSD circularon en aquel agosto de 1969 mientras el rock de Jimi Hendrix o The Who aderezaba el ambiente. Los asistentes al Woodstock Music & Art Fair probablemente no sabían que se convertiría en uno de los festivales más famosos de la historia. A partir de ahí, numerosos eventos imitaron el espíritu festivalero, metiendo a miles de personas en grandes explanadas y a reír, convirtiéndose así la música en la excusa para disfrutar del resto de elementos. Ahora hay tantas ofertas que a veces importa más el ambiente que el cartel. En Barcelona, solo en los últimos meses, se han celebrado grandes festivales: Primavera Sound, Sónar, Cruïlla, DGTL y ahora comienza el Barcelona Acció Musical (BAM). A modo de despedida de todas estas grandes propuestas surge la primera edición del Tibidabo Live Festival, cerrando así un gran verano para los aficionados a disfrutar de buena música al aire libre.

The Young Wait


The Young Wait, unos rockeros a medio camino entre el País Vasco y Alabama, empezaron a tocar cuando todavía se podía percibir a Jesús en lo alto del Temple Expiatori del Sagrat Cor, pero acabó el concierto y la figura quedó escondida bajo la espesa niebla. Aunque era el primer viernes de septiembre, el tiempo no quiso ser amable. El último acorde todavía flotaba en el aire, sin embargo la voz engatusadora de Eva van Netten mezclada con la rompedora batería de Stefan Woudstra se empezó a escuchar en el otro escenario del Parque de Atracciones del Tibidabo, ubicado en la Plaça dels Somnis. Eran los Black Box Red. Poco a poco iba llegando la gente, ya que en las primeras horas se veía más prensa que asistentes. Todo se chafó un poco por la lluvia: Costó arrancar y coger el ritmo, sin embargo en el momento en el que los paraguas dejaron de necesitarse, el carrousel y la noria empezaron a centellear. Las familias y los grupos de jóvenes se dijeron entre ellos con la mirada: Hoy seremos niños grandes en el Tibidabo. Aun así con chubasquero, no vaya ser.


Black Box Red


Lo que suelen hacer los organizadores de festivales es, igual que en el Woodstock Music, coger una superficie y montar ahí un parque temático. El último ejemplo ha sido el DGTL Barcelona que, teniendo como base el Parc Fòrum, recreó una estética completamente industrial. Pero esta propuesta es lo contrario, aquí el escenario ya viene dado. El director e ideólogo, Sergio Cruzado, explicaba en una entrevista de Radio 3 que el Tibidabo es un sitio que siempre ha estado ahí, pero nadie hasta ahora lo había pensado así. También que es un festival más diurno, una propuesta más amable para recuperar como público a una generación que hace mucho que no va a un concierto, y todavía más a un parque de atracciones por ellos mismos.





Niña Coyote eta Chico Tornado
El aullido del coyote nos indica que empiezan los vascos. Salieron al pequeño escenario y no podría decirse quién era más atractivo de los dos. En Niña coyote eta Chico tornado, ella toca la batería y él canta, lo que supuso un cambio de roles en relación al anterior grupo. Al fin y al cabo son el mismo sello; un dúo de caras guapas por fuera y arrollador talento por dentro, que parece triunfar mucho. Este rock vasco recuerda que al mismo tiempo se está celebrando el festival de los mismos padres fundadores en Donosti: Kutxa Kultur Festibala. Y es que todo esto no sale de una productora, sino de dos empresas organizadoras que se han unido para llevar a cabo una misma idea que ya estaba triunfando en San Sebastián desde hace cuatro años. A raíz de este éxito, están creando una nueva marca que acoja este espíritu llamada Park Attack!


Yo La Tengo
Se despejó el cielo porque el Tibidabo la tiene. Desde 1984  un grupo ha ido revolucionando la escena indie internacional hasta el punto en el que se encuentra actualmente, es decir, con tal aceptación que pueden versionar a The Cure y (casi) gustarnos más. En el concierto de Yo la tengo había muchos niños grandes con la tranquilidad y el saber disfrutar de la buena música que proporciona un ambiente tan distendido como el que se vivía en el Tibidabo Live Festival. Probablemente muchos de ellos hayan pagado la entrada de 40 € solo para ver a este trascendental grupo que no decepcionó ni un ápice. Pero valió la pena porque, a diferencia de otros festivales, los cabeza de cartel ofrecieron funciones muy distendidas. A una chica con una gabardina hasta los pies le pareció buen momento para tomar chocolate con churros.

Ghost number & his Tipsy Gipsyes 




Los Bracco
Llegó el sábado y con él los pajaritos cantan y las nubes se levantan. El petit comité del día anterior se transformó en colas para entrar en las atracciones, a las que se podía ir libremente una y otra vez. Es increíble la capacidad del sol para hacer las cosas tan diferentes. Todavía así se cumplieron las expectativas de los organizadores y terminó siendo un festival que huye de las aglomeraciones y las grandes cifras. Lo significativo de este evento es que es cómodo, es urbano y se celebra en el emblema de la ciudad, territorio virgen hasta el momento. Los niños correteaban mientras lo campechano americano sonaba. Ghost number & His tipsy gipsyes, el sexteto liderado por David Pisabarro, tocó en la plaza del parque, antes que la también banda local que llegan del Kutxa Kultur Festibala, Los Bracco, y los catalanes Ocellot.

Ocellot

Los grupos son importantes, pero más la idea. De hacer un festival que constituya un relato por sí mismo es de lo que se trataba. De ver un concierto desde lo alto del parque de atracciones más elevado de Barcelona y que estar rodeado de tanto encanto audiovisual inspire más allá de los recuerdos. Y todavía más contando con una de las bandas más especiales de la escena internacional. El otro cabeza de cartel, Mogwai, celebró los 20 años al escenario y ofreció el desenlace perfecto para estos dos días mágicos. 

Mogwai



Con todo, el grupo que más pasión demostró por su música fue anterior. También son vascos, jóvenes y atractivos. El nombre del grupo es homónimo al pueblo donde ensayaban: Belako.
Después del atardecer de luz idílica, estallaron las potentes melodías de dos chicos y dos chicas que tienen muchísima calidad para lo imberbes que son. Ha de ser tendencia que se vayan intercambiando los instrumentos constantemente, incluso dentro de la misma canción, porque era un constante en el festival. Ver lo inmenso de la ciudad con esta vitalidad que solo la juventud o alguna droga pueden ofrecer, es un lujo. El Tibidabo Live Festival constituyó la prueba de que hay que dar más oportunidades a lo desconocido, desde fuera y dentro del sistema. Porque lo tradicional también funciona, pero lo nuevo es mucho más atractivo.

Belako




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