Hoy seremos niños grandes en el Tibidabo
Text: Paula Pérez
Foto: Víctor Parreño
El sexo y el LSD circularon en aquel agosto de 1969 mientras el rock de Jimi Hendrix o The
Who aderezaba el ambiente. Los asistentes al Woodstock Music & Art Fair probablemente no sabían que se convertiría en
uno de los festivales más famosos de la historia. A partir de ahí,
numerosos eventos imitaron el espíritu festivalero, metiendo a miles de
personas en grandes explanadas y a reír, convirtiéndose así la música en la
excusa para disfrutar del resto de elementos. Ahora hay tantas ofertas que a
veces importa más el ambiente que el cartel. En Barcelona, solo en los
últimos meses, se han celebrado grandes festivales: Primavera Sound, Sónar,
Cruïlla, DGTL y ahora comienza el Barcelona Acció Musical (BAM). A modo de
despedida de todas estas grandes propuestas surge la primera edición del Tibidabo
Live Festival, cerrando así un gran verano para los aficionados a disfrutar
de buena música al aire libre.
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The Young Wait |
The Young Wait, unos rockeros a medio camino entre
el País Vasco y Alabama, empezaron a tocar cuando todavía se podía percibir a
Jesús en lo alto del Temple Expiatori del Sagrat Cor, pero acabó el concierto y
la figura quedó escondida bajo la espesa niebla. Aunque era el primer viernes
de septiembre, el tiempo no quiso ser amable. El último acorde todavía flotaba
en el aire, sin embargo la voz engatusadora de Eva van Netten mezclada con la
rompedora batería de Stefan Woudstra se empezó a escuchar en el otro escenario
del Parque de Atracciones del Tibidabo, ubicado en la Plaça dels Somnis. Eran
los Black Box Red. Poco a poco iba llegando la gente, ya que en las
primeras horas se veía más prensa que asistentes. Todo se chafó un poco por la
lluvia: Costó arrancar y coger el ritmo, sin embargo en el momento en el que
los paraguas dejaron de necesitarse, el
carrousel y la noria empezaron a centellear. Las familias y los grupos de
jóvenes se dijeron entre ellos con la mirada: Hoy seremos niños grandes en el
Tibidabo. Aun así con chubasquero, no vaya ser.
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Black Box Red |
Lo que suelen hacer los
organizadores de festivales es, igual que en el Woodstock Music, coger una
superficie y montar ahí un parque temático. El último ejemplo ha sido el DGTL Barcelona que, teniendo como base el Parc
Fòrum, recreó una estética completamente industrial. Pero esta propuesta es lo
contrario, aquí el escenario ya viene dado. El director e ideólogo, Sergio Cruzado, explicaba en una entrevista
de Radio 3 que el Tibidabo es un sitio que siempre ha estado ahí, pero nadie
hasta ahora lo había pensado así. También que es un festival más diurno, una propuesta más amable para recuperar
como público a una generación que hace mucho que no va a un concierto, y
todavía más a un parque de atracciones por ellos mismos.
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Niña Coyote eta Chico Tornado |
El aullido del coyote nos
indica que empiezan los vascos. Salieron al pequeño escenario y no podría
decirse quién era más atractivo de los dos. En Niña coyote eta Chico tornado, ella toca la batería y él canta, lo
que supuso un cambio de roles en relación al anterior grupo. Al fin y al cabo
son el mismo sello; un dúo de caras guapas por fuera y arrollador talento por
dentro, que parece triunfar mucho. Este rock vasco recuerda que al mismo tiempo
se está celebrando el festival de los mismos padres fundadores en Donosti: Kutxa Kultur Festibala. Y es que todo
esto no sale de una productora, sino de dos empresas organizadoras que se han
unido para llevar a cabo una misma idea que ya estaba triunfando en San
Sebastián desde hace cuatro años. A raíz de este éxito, están creando una nueva
marca que acoja este espíritu llamada Park
Attack!
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Yo La Tengo |
Se despejó el cielo porque el
Tibidabo la tiene. Desde 1984 un grupo ha ido revolucionando la escena indie
internacional hasta el punto en el que se encuentra actualmente, es decir, con
tal aceptación que pueden versionar a The Cure y (casi) gustarnos más. En el
concierto de Yo la tengo había
muchos niños grandes con la tranquilidad y el saber disfrutar de la buena
música que proporciona un ambiente tan distendido como el que se vivía en el
Tibidabo Live Festival. Probablemente muchos de ellos hayan pagado la entrada de
40 € solo para ver a este
trascendental grupo que no decepcionó ni un ápice. Pero valió la pena porque, a
diferencia de otros festivales, los cabeza de cartel ofrecieron funciones muy
distendidas. A una chica con una gabardina hasta los pies le pareció buen
momento para tomar chocolate con churros.
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Ghost number & his Tipsy Gipsyes |
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Los Bracco |
Llegó el sábado y con él los
pajaritos cantan y las nubes se levantan. El petit comité del día anterior se transformó en colas para entrar en
las atracciones, a las que se podía ir libremente una y otra vez. Es increíble
la capacidad del sol para hacer las cosas tan diferentes. Todavía así se
cumplieron las expectativas de los organizadores y terminó siendo un festival
que huye de las aglomeraciones y las grandes cifras. Lo significativo de este
evento es que es cómodo, es urbano y se celebra en el emblema de la ciudad, territorio virgen hasta el momento. Los niños
correteaban mientras lo campechano americano sonaba. Ghost number & His tipsy gipsyes, el sexteto liderado por David
Pisabarro, tocó en la plaza del parque, antes que la también banda local que
llegan del Kutxa Kultur Festibala, Los
Bracco, y los catalanes Ocellot.
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Ocellot |
Los grupos son importantes, pero más
la idea. De hacer un festival que
constituya un relato por sí mismo es de lo que se trataba. De ver un concierto
desde lo alto del parque de atracciones más elevado de Barcelona y que estar
rodeado de tanto encanto audiovisual inspire más allá de los recuerdos. Y
todavía más contando con una de las bandas más especiales de la escena
internacional. El otro cabeza de cartel, Mogwai,
celebró los 20 años al escenario y ofreció el desenlace perfecto para estos dos
días mágicos.
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Mogwai |
Con todo, el grupo que más pasión demostró por su música fue
anterior. También son vascos, jóvenes y atractivos. El nombre del grupo es
homónimo al pueblo donde ensayaban: Belako.
Después del atardecer de luz
idílica, estallaron las potentes melodías de dos chicos y dos chicas que tienen
muchísima calidad para lo imberbes que son. Ha de ser tendencia que se vayan
intercambiando los instrumentos constantemente, incluso dentro de la misma
canción, porque era un constante en el festival. Ver lo inmenso de la ciudad
con esta vitalidad que solo la juventud o alguna droga pueden ofrecer, es un lujo. El Tibidabo Live Festival
constituyó la prueba de que hay que dar más oportunidades a lo desconocido,
desde fuera y dentro del sistema. Porque lo tradicional también funciona, pero lo nuevo es mucho más atractivo.
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Belako |